Diseñar para la segunda vez, la tercera… o la cuarta

Somos criaturas de costumbres. Esto es así. Y no tienes más que dar una vuelta por una ciudad turística para ver como los locales y los recién llegados comparten el espacio. Se relacionan con él. El habitual con sus propias costumbres construidas alrededor de ese espacio. Y, el nuevo, con esa manera de relacionarse con él. Con la vista hacia arriba. Relacionándose a través de la señalización. O, abajo, en el móvil.

La necesidad de las señales

Recién llegados a una ciudad aún no tenemos construido en la mente el espacio en el que nos vamos a mover. Tenemos una concepción totalmente diferente de cómo funciona. Así que la manera de moverse. De mirar. Y de actuar, es completamente diferente. Nos guiamos por señales.

Sin embargo, el usuario habitual deja de tener esa necesidad de ver en el espacio esas señalizaciones. La necesidad de ver la interfaz por la que se mueve a diario cambia. Porque él ya tiene su ruta a través de ella. Quizás no es la mejor. Pero adquiere sus costumbres. Así que los mapas y las señales de orientación que llenan la interfaz dejan de ser tan necesarias. No son los usuarios habituales los que necesitan sistemas de orientación. Para ellos estas son prácticamente invisibles, es suficiente con que no molesten demasiado.

Diseñar para la segunda vez, la tercera... o la cuarta

Para las interfaces gráficas, aplicaciones, software… y eso de lo que hablamos aquí ocurre un poco lo mismo. Tenemos, por un lado, el usuario que se enfrenta a la interfaz por primera vez. Y por otro el usuario que lo hace por segunda vez. Tercera. O más. Digamos el usuario habitual. El usuario potencial frente a los usuarios recurrentes.

Y, normalmente, gastamos muchas horas en pruebas, en diseños de interfaz, presentaciones de servicios y más… destinados a esa primera experiencia dedicando menos tiempo y menos esfuerzo a ese modelo de interfaz a largo plazo.

La experiencia de usuario de la segunda vez

Pero, sin embargo, muchos productos. Muchas interfaces. Muchos de los nuevos servicios están destinados a ser utilizados todos los días, o casi todos. En ellos, la primera impresión cuenta, está claro. Pero también se mide de otra manera. Casualmente. Todos los meses. O incluso todos los días. Aún recuerdo el drama de imputar horas mensualmente en diferentes consultoras/agencias. En ese caso todos los meses teníamos que volver a aprender cómo funcionaba cada vez que se usaba.

Y no por la complejidad, lo tedioso o lo inútil de la tarea. Sino porque no se diseñaron pensado en eso. En el uso. En el escenario de uso. Y, sobre todo, en la frecuencia de uso.

Cuando el uso es más frecuente, como usuarios cambiamos del modo de aprendizaje o de exploración a un modo de ejecución de la tarea. En los primeros encuentros con la interfaz, exploramos y experimentamos como parte de ese proceso de aprendizaje. Observamos esas señalizaciones. Seguimos los pasos marcados por esas señales. Y, una vez que hemos aprendido lo suficiente, dejamos de explorar y experimentar. Y entonces es cuando nos centramos en hacer las sencillamente las tareas. Esas que nos motivaron a utilizar el servicio.

Interfaces adaptativos

Los interfaces pueden adaptarse a esta realidad. Deben adaptarse y ofrecer una experiencia diferente en función del uso, actuando de manera multifuncional. Identificando en todo momento las características y las funciones que representan los pasos lógicos de adopción de los usuarios con el tiempo. A medida que nos familiarizamos con el servicio.

Y, para llegar a eso, debemos de tener en cuenta el foco, la funcionalidad básica para la que está diseñado el producto. Identificar y establecer la frecuencia de uso del producto y el escenario en el que se va a realizar. Optimizar la experiencia del usuario en esa funcionalidad básica. Identificar el proceso de adopción del producto a lo largo del uso y/o del tiempo. Y construir la experiencia futura para identificar los momentos de oportunidad que favorecerán la disposición del usuario hasta alcanzar un nuevo nivel de funcionalidad.

Las interfaces no deben de ser estáticas. Los procesos se tienen que adaptar a diferentes personajes, escenarios y modelos de uso. Y sin olvidar que después de una primera impresión llega siempre una segunda.

Publicado mas o menos el 8 de octubre de 2012 a las 6:26 am por César García Gascón, archivado en las categorías AI, Diseño, Diseño de interacción, Experiencia de usuario, Usabilidad, UX y etiquetado cómo , , , , . Siéntete libre de comentar un poco más abajo si quieres.

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